jueves, 13 de agosto de 2009

sigues ido

Me hiciste un hueco en tus páginas de escritor puritano, pero yo no hacía juego con tus novelas documentadas, con tus descripciones impolutas y tus palabras calculadas.
Pensar que te tuve a mi lado, apoyado sobre mi vientre, sobre mi pecho, romántico a reventar, con todas esas frases pensadas para mí pero calladas por miedo a mis respuestas nunca ambiguas, siempre cargadas de electricidad punzante, de pasión desbordada, de una locura que se asomaba sin mostrarse del todo.Y tú prudente. Prudente para compensar mi falta de talento o mi falta de sentido común o mi falta de autocontrol. Para compensar todas mis faltas.
Y te costó tanto dejarme… Oh, tanto, cariño, que a veces pienso que me hubiese tenido que ir yo. Así como mínimo habrías podido odiarme por haberte hecho perder ese valioso tiempo y te habría ahorrado la culpabilidad que llevas encima pensando en cómo me debo haber abandonado a la soledad. Porque no dudes ni un segundo de ese abandono, no, ni uno solo. Me encuentro constantemente entre sueño y vigília porque no consigo dormir más de tres horas seguidas. Sin embargo estoy agotada y no tengo dinero para tabaco. Mi cuerpo me pide vitaminas y yo no quiero dárselas porque hasta se me pasa por la cabeza que morir de hambre es una idea con sentido. Pero qué pena te daría verme así. Tú, que comprabas manzanas y me obligabas a comerme al menos una al día. Venga, Eva, cielo, recuérdame lo que es pecar. Y yo, experta en pecado, le daba el mordisco y te decía que quería condenarte a la vergüenza a ti también.Y tú, mi Adán desvergonzado, mi milagro convertido en hombre, lo tenías todo menos el Edén. Porque te mudaste a mi guarida de libros viejos y de recuerdos borrados a conciencia y te pedí que sólo trajeras un par de sábanas, que lo demás lo tenía todo yo. Pero mi todo era igual a nada, porque en esa casa tan diáfana todo lo que cabía era luz. Y el colchón.
Y tú aceptastes vivir allí porque era mi lugar, pero no podías aguantarlo para siempre. Y yo no lo vi, amor, no lo vi, o quizás no lo quise ver, pero el día que volví y tu ya no estabas entendí que no volvería a ver al hombre de mi vida nunca más.
Y te escribo para disculparme por mis sollozos y mis ataques incomprensibles de… de pánico, de pena, de metáforas absurdas sin principio ni fin. Estés donde estés y hagas lo que hagas, si encuentras a una señorita con sonrisa y afecto, bien peinada, educada, con brillo en los ojos, cielo, regálale un poquito de tu mundo. Dáselo a ella y que te haga feliz para siempre. Pero no le hagas el amor como me lo hacías a mí. No, eso no te lo perdonaría.

No hay comentarios: